Mateo 21,34-40. ?Con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente?.
«En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?». Él le dijo: «?Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente?. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: ?Amarás a tu prójimo como a ti mismo?. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas».
Hoy nos encontramos mucha gente que no tiene ningún interés por la muerte ni por la trascendencia. Está tan ocupada con su vida que la muerte no significa nada. Sabemos que en algún momento vamos a morir. Tampoco se preguntan por el «después». En cambio, la fe nos regala la posibilidad de vivir la existencia pensando que no todo tiene un límite, la experiencia de Cristo resucitado nos abre a la permanencia, al sostenimiento de lo que empezó por un deseo de amor de Dios, al sobrevivir de la vida más allá de los límites visibles de la muerte. Si la muerte aparece ante nuestras vidas como la aniquilación de todos nuestros deseos, la disolución del cuerpo y de la existencia, la fe nos introduce en la posibilidad de un amor que no pasa jamás (cf. 1Cor 13,8), que perdura, que no que se extingue.
Y poder vivir cada día con la seguridad del triunfo final sobre la muerte nos impulsa a una vivencia intensísima de cada día. No vivimos con el freno de mano puesto, por miedo a perder la vida, al contrario, vivimos poniendo todo lo que somos y tenemos convencidos de que siempre se nos renueva la vida que estamos llamados a dar. «Gratis habéis recibido, dad gratis» (Mt 10,8). Si me siento pobre de vida, calcularé mucho cuanto gasto, cuanto ofrezco, cuanto me doy, por la necesidad de ahorrar. Si soy sobreabundantemente rico, no cálculo, no reparo en gastos, porque vivo con la seguridad de que nunca se acabará. Aquellos que vivimos creyendo, tratando y en relación con Jesús como salvador y amigo aceptamos su regalo de vida eterna inauguramos la vida eterna en la historia. Y se concreta en el modo de vivir: lo hacemos con todo. Toda la mente aplicada a nuestra forma de amar y de relacionarnos. Todo el corazón puesto en cada acción, por pequeña e intrascendente que parezca. Con todas las fuerzas y energías que Dios nos renueva en cada noche de descanso. Convertimos el tiempo en eternidad, sustituimos la soledad por la compañía. El sobrevivir en ser dadores de vida. Manantial que salta hasta las vidas eternas de los demás.
Para los cristianos la muerte es una transición a una vida nueva y eterna en la presencia de Dios. El hombre y la mujer caminamos erguidos y tenemos una historia única e irrepetible. Por eso el mandamiento principal de la palabra es: ¡Vive y vive en abundancia! Si no hay Dios, si no hay encuentro alguno con aquel a quien nos estamos dirigiendo siempre, si no hay ningún «cara a cara», entonces morimos sería una nada glaciar sin rostro. Pero los que hemos tenido la suerte de experimentar a Jesús en nuestras vidas, ya lo conocemos y al seguirle, perdemos el miedo a que todo termine, porque con Jesús, todo se convierte en un nuevo comienzo. Estamos amenazados no de muerte, sino de resurrección.
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