Comentario diario

Pedro y Pablo: amor y gracia

Muchos de nosotros rezamos en nuestra acción de gracias, después de comulgar, la oración de San Ignacio, ?Tomad, Señor y recibid? que termina pidiendo: ?dadme vuestro amor y gracia que esto me basta. En la fiesta de los santos apóstoles Pedro y Pablo nos viene bien referir a esta pareja, ese binomio, al que nos hemos referido: ?amor y gracia?.

Pedro tuvo que hacer un camino muy largo desde la primera hora en la que Jesús lo llamó hasta el momento en que confirmó ese llamamiento y elección después de la resurrección. Todo empezó en el lago cuando Simón junto a su hermano Andrés y esa otra pareja de hermanos, Santiago y Juan, dejaron las barcas y las redes en la orilla y lo siguieron.  Más tarde Pedro y los demás discípulos de la primera hora fueron testigos de cómo Jesús convertía al agua en vino en Caná de Galilea y pronto, como hemos escuchado hoy en el evangelio, lo confesó como Mesías y Salvador esperado. En ese momento, Jesús lo constituyó en piedra, ?te llamarás Pedro?, sobre la cual edificará su Iglesia. Pero desde ese momento Pedro paso por toda clase de tropiezos y meteduras de pata en su camino de seguimiento. Equivocadamente empeñado en demostrarle a Jesús su fidelidad inexorable le prometió no abandonarlo nunca, algo que no pudo cumplir a la hora de la verdad. Pero cuando Jesús resucitado sale al encuentro de Pedro derrotado y decepcionado, no lo reprende ni le echa en cara nada, solamente le pregunta tres veces por el amor. Pedro tenía que aprender que lo único importante era el amor de Jesús, dejarse amar por él y corresponder con el poco amor que tuviera para ofrecerle como respuesta.

Saulo, por su parte, era un culto fariseo, cumplidor, celoso de Dios y de su Ley, que se ensañaba en la persecución contra los primeros discípulos de Jesús, hasta que camino de Damasco descubrió que era al mismo Cristo que había resucitado y estaba vivo a quien perseguía en la piel de sus discípulos. El que presumía de cumplimiento y conocimiento de la ley divina empezó a presumir de haber sido perdonado en su pecado. ?Tuvo compasión de mí, porque no era creyente y no sabía lo que hacía?. Buen y fiel cumplidor de todo lo requerido, pero no creía en Jesús. Ahí está el punto clave: le faltaba la fe. Jesús se fio de él y le confirió su ministerio. ?Dios derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor cristiano?. Así el recién nacido, Pablo descubrió que la fe se nos da porque él se fía de nosotros, y como resultado, por su gracia, nosotros confiamos en él. Éramos pecadores, mejor, somos pecadores, pero Dios tuvo compasión de nosotros. Fue necesario también para Pablo hacer un camino en su propia historia para llegar a confesar, que no es por las obras de la ley que el hombre es justificado, sino por la fe en el nombre de Jesús. Que por gracia hemos sido salvados y no es mérito nuestro. Que si Pablo puede decir, como escuchamos en la segunda lectura de hoy, que ha llegado hasta el final en su carrera y ha combatido bien hasta el último momento su combate, no ha sido por su fuerza, sino que ha sido por la gracia de Dios. Había sido el Señor quien había estado a su lado y le dio fuerzas para que, a través de él, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todas las naciones. En definitiva, Pablo tenía que reconocer ante Cristo resucitado que lo único que necesitaba era su gracia.

En este día en el que damos gracias a Dios por los apóstoles Pedro y Pablo, porque ambos llevaron su palabra al mundo entero, el primero sobre todo a los que procedían del pueblo de la alianza, los judíos; el segundo, especialmente, aunque no solo a los gentiles, a los paganos. Pero ambos sostenidos por Cristo, que es quien vive en ellos y actúa a través de ellos, la verdadera y única roca que sostiene a la Iglesia y al hombre en este mundo en esta vida. En este día queremos además de agradecer a Dios este increíble don que nos ha hecho en Pedro y en Pablo, le pedimos comprender y rezar en verdad que lo único que necesitamos y nos basta es eso: su amor y su gracia, y nada más.

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