Liturgia de las horas

OFICIO DE LECTURA

Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:

V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza

Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Adoremos a Cristo, nuestro rey, que ha coronado como reina a María, su madre.
Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.


Himno: ASIDOS A TU FALDA

Asidos de tu falda, con los ojos
agrandados de asombro, con las manos
apretadas de miedos y de enojos...

¡Pobres manos vacías de tus hijos!
Ojos que alzan del suelo su vergüenza
para quedar en tu mirada fijos;

ojos que te confían nuestros sueños,
manos que aprietan nuestras esperanzas:
-si somos, ante ti, niños pequeños-.

Con las manos así, con la mirada
llena de la alba virgen de tus ojos,
te llamamos: dulcísima abogada. Amén.

SALMODIA

Ant 1. Dios mío, no te cierres a mi súplica, pues me turba la voz del enemigo.

Salmo 54, 2-15. 17-24 I - ORACIÓN ANTE LA TRAICIÓN DE UN AMIGO

Dios mío, escucha mi oración,
no te cierres a mi súplica;
hazme caso y respóndeme,
me agitan mis ansiedades.

Me turba la voz del enemigo,
los gritos del malvado:
descargan sobre mí calamidades
y me atacan con furia.

Se estremece mi corazón,
me sobrecoge un pavor mortal,
me asalta el temor y el terror,
me cubre el espanto,

y pienso: «¡Quién me diera alas de paloma
para volar y posarme!
Emigraría lejos,
habitaría en el desierto,

me pondría en seguida a salvo de la tormenta,
del huracán que devora, Señor;
del torrente de sus lenguas.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Dios mío, no te cierres a mi súplica, pues me turba la voz del enemigo.

Ant 2. El Señor nos librará del poder de nuestro enemigo y adversario.

Salmo 54, 2-15. 17-24 II

Violencia y discordia veo en la ciudad:
día y noche hacen la ronda
sobre las murallas;

en su recinto, crimen e injusticia;
dentro de ella, calamidades;
no se apartan de su plaza
la crueldad y el engaño.

Si mi enemigo me injuriase,
lo aguantaría;
si mi adversario se alzase contra mí,
me escondería de él;

pero eres tú, mi compañero,
mi amigo y confidente,
a quien me unía una dulce intimidad:
juntos íbamos entre el bullicio
por la casa de Dios.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. El Señor nos librará del poder de nuestro enemigo y adversario.

Ant 3. Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará.

Salmo 54, 2-15. 17-24 III

Pero yo invoco a Dios,
y el Señor me salva:
Por la tarde, en la mañana, al mediodía,
me quejo gimiendo.

Dios escucha mi voz:
su paz rescata mi alma
de la guerra que me hacen,
porque son muchos contra mí.

Dios me escucha, los humilla
el que reina desde siempre,
porque no quieren enmendarse
ni temen a Dios.

Levantan la mano contra su aliado,
violando los pactos;
su boca es más blanda que la manteca,
pero desean la guerra;
sus palabras son más suaves que el aceite,
pero son puñales.

Encomienda a Dios tus afanes,
que él te sustentará;
no permitirá jamás
que el justo caiga.

Tú, Dios mío, los harás bajar a ellos
a la fosa profunda.
Los traidores y sanguinarios
no cumplirán ni la mitad de sus años.
Pero yo confío en ti.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará.

V. Hijo mío, haz caso de mi sabiduría.
R. Presta oído a mi inteligencia.


PRIMERA LECTURA

Del libro del Qohelet 8, 5-9, 10

CONSUELO DEL SABIO

El que guarda los mandamientos no experimenta el infortunio, y el corazón del sabio sabe el cuándo y el cómo. Porque todo asunto tiene su cuándo y su cómo. Pues es grande el peligro que acecha al hombre, ya que éste ignora lo que está por venir, pues lo que está por venir ¿quién va a anunciárselo? No es el hombre señor del viento. Tampoco tiene señorío sobre el día de la muerte, ni hay evasión en la agonía, ni libra la maldad a sus autores. Todo esto tengo visto al aplicar mi corazón a cuanto pasa bajo el sol, cuando el hombre domina al hombre para causarle el mal.

Por ejemplo, he visto a gente mala llevada a la tumba. Partieron del lugar santo, y se dio al olvido en la ciudad que hubiesen obrado de aquel modo.

¡Otro absurdo!: que no se ejecute en seguida la sentencia de la conducta del malo, con lo que el corazón de los humanos se llena de deseos de hacer el mal; que el pecador haga el mal cien veces, y se le den largas. Pues yo tenía entendido que les va bien a los temerosos de Dios, a aquellos que ante su rostro temen, y que no le va bien al malvado, ni alargará sus días como sombra el que no teme ante el rostro de Dios.

Pues bien, un absurdo se da en la tierra: hay justos a quienes les sucede cual corresponde a las obras de los malos, y malos a quienes sucede cual corresponde a las obras de los buenos. Digo que éste es otro absurdo.

Y yo por mí alabo la alegría, ya que otra cosa buena no existe para el hombre bajo el sol, si no es comer, beber y gozar; y eso es lo que le acompaña en sus trabajos, en los días de su vida que Dios le ha dado bajo el sol.

Cuanto más apliqué mi corazón a estudiar la sabiduría y a contemplar el ajetreo que se da sobre la tierra -pues ni de día ni de noche concilian los ojos el sueño-, fui viendo que el ser humano no puede descubrir todas las obras de Dios, las obras que se realizan bajo el sol. Por más que se afane el hombre en buscar, no las descubre, y el mismo sabio, aunque diga saberlo, no es capaz de descubrirlo.

Pues bien, a todo eso he aplicado mi corazón y todo lo he explorado, y he visto que los justos y los sabios y sus obras están en manos de Dios. Y ni de amor ni de odio saben los hombres nada; todo les resulta absurdo: como el que haya un destino común para todos, para el justo y para el malvado, el puro y el manchado, el que hace sacrificios y el que no los hace, así el bueno como el pecador, el que jura como el que se recata de jurar.

Eso es lo peor de todo cuanto pasa bajo el sol: que haya un destino común para todos, y así el corazón de los humanos está lleno de maldad y hay locura en sus corazones mientras viven, y después... ¡con los muertos! Mientras uno sigue unido a todos los vivientes hay algo seguro, pues vale más perro vivo que león muerto. Porque los vivos saben que han de morir, pero los muertos no saben nada, y no hay ya paga para ellos, pues se perdió su memoria. Tanto su amor, como su odio, como sus celos ha tiempo que perecieron, y no tomarán parte nunca jamás en todo lo que pasa bajo el sol.

Anda, come tu pan con alegría y bebe tu vino con alegre corazón, que Dios está ya contento con tus obras. Lleva en todo tiempo vestidos de alegría y no falte ungüento sobre tu cabeza. Goza de la vida con la mujer que amas, todo el espacio de tu vana existencia que se te ha dado bajo el sol, ya que tal es tu parte en la vida y en los afanes con que te afanas bajo el sol.

Cualquier cosa que esté a tu alcance el hacerla, hazla según tus fuerzas, porque no existirá obra, ni razones, ni ciencia, ni sabiduría en el sheol a donde te encaminas.

RESPONSORIO    1Co 2, 9-10; Qo 8, 17

R. Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman. * Pero a nosotros Dios nos lo ha revelado por su Espíritu, pues el Espíritu todo lo penetra, hasta la profundidad de Dios.
V. El ser humano no puede descubrir todas las obras de Dios.
R. Pero a nosotros Dios nos lo ha revelado por su Espíritu, pues el Espíritu todo lo penetra, hasta la profundidad de Dios.

SEGUNDA LECTURA

De las Homilías de san Amadeo de Lausana, obispo
(Homilía 7: SC 72, 188. 190. 192. 200)

REINA DEL MUNDO Y DE LA PAZ

Observa cuán adecuadamente brilló por toda la tierra, ya antes de la asunción, el admirable nombre de María y se difundió por todas partes su ilustre fama, antes de que fuera ensalzada su majestad sobre los cielos. Convenía, en efecto, que la Madre virgen, por el honor debido a su Hijo, reinase primero en la tierra y, así, penetrara luego gloriosa en el cielo; convenía que fuera engrandecida aquí abajo, para penetrar luego, llena de santidad, en las mansiones celestiales, yendo de virtud en virtud y de gloria en gloria por obra del Espíritu del Señor.

Así pues, durante su vida mortal gustaba anticipadamente las primicias del reino futuro, ya sea elevándose hasta Dios con inefable sublimidad, como también descendiendo hacia sus prójimos con indescriptible caridad. Los ángeles la servían, los hombres le tributaban su veneración. Gabriel y los ángeles la asistían con sus servicios; también los apóstoles cuidaban de ella, especialmente san Juan, gozoso de que el Señor, en la cruz, le hubiese encomendado su madre virgen, a él, también virgen. Aquéllos se alegraban de contemplar a su reina, éstos a su señora, y unos y otros se esforzaban en complacerla con sentimientos de piedad y devoción.

Y ella, situada en la altísima cumbre de sus virtudes, inundada como estaba por el mar inagotable de los carismas divinos, derramaba en abundancia sobre el pueblo creyente y sediento el abismo de sus gracias, que superaban a las de cualquiera otra creatura. Daba la salud a los cuerpos y el remedio para las almas, dotada como estaba del poder de resucitar de la muerte corporal y espiritual. Nadie se apartó jamás triste o deprimido de su lado, o ignorante de los misterios celestiales. Todos volvían contentos a sus casas, habiendo alcanzado por la madre del Señor lo que deseaban.

Plena hasta rebosar de tan grandes bienes, la esposa, madre del esposo único, suave y agradable, llena de delicias, como una fuente de los jardines espirituales, como un pozo de agua viva y vivificante, que mana con fuerza del Líbano divino, desde el monte de Sión hasta las naciones extranjeras, hacía derivar ríos de paz y torrentes de gracia celestial. Por esto, cuando la Virgen de las vírgenes fue llevada al cielo por el que era su Dios y su Hijo, el rey de reyes, en medio de Ia alegría y exultación de los ángeles y arcángeles y de la aclamación de todos los bienaventurados, entonces se cumplió la profecía del Salmista, que decía al Señor: De pie a tu derecha está la reina enjoyada con oro de Ofir.

RESPONSORIO    Ap 12, 1; Sal 44, 10

R. Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, * y una corona de doce estrellas sobre su cabeza.
V. De pie a tu derecha está la reina enjoyada con oro de Ofir.
R. Y una corona de doce estrellas sobre su cabeza.

ORACIÓN.

OREMOS,
Señor, Dios nuestro, que nos has dado como madre y como reina a la Madre de tu Hijo, concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria que tienes preparada a tus hijos en el reino de los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén

CONCLUSIÓN

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.

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