OFICIO DE LECTURA
Si el Oficio de Lectura es la primera oración del día:
V. Señor abre mis labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Se añade el Salmo del Invitatorio con la siguiente antífona:
 
Ant. Aclamemos al Señor, en esta fiesta de santa Mónica.
Si antes del Oficio de lectura se ha rezado ya alguna otra Hora:
 
V. Dios mío, ven en mi auxilio
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno: DICHOSA LA MUJER QUE HA CONSERVADO
Dichosa la mujer que ha conservado,
en su regazo, con amor materno,
la palabra del Hijo que ha engendrado
en la vida de fe y de amor pleno.
Dichosas sois vosotras, que en la vida
hicisteis de la fe vuestra entereza,
vuestra gracia en la Gracia fue asumida,
maravilla de Dios y de belleza.
Dichosas sois vosotras, que supisteis
ser hijas del amor que Dios os daba,
y así, en la fe, madres de muchos fuisteis,
fecunda plenitud que nunca acaba.
No dejéis de ser madres, en la gloria,
de los hombres que luchan con anhelo,
ante Dios vuestro amor haga memoria
de los hijos que esperan ir al cielo. Amén.
SALMODIA
Ant 1. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.
Salmo 17, 2-30 I- ACCIÓN DE GRACIAS DESPUÉS DE LA VICTORIA
Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.
Dios mío, mi escudo y peña en que me amparo,
mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos.
Me cercaban olas mortales,
torrentes destructores me aterraban,
me envolvían las redes del abismo,
me alcanzaban los lazos de la muerte.
En el peligro invoqué al Señor,
grité a mi Dios:
desde su templo él escuchó mi voz
y mi grito llegó a sus oídos.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.
Ant 2. El Señor me libró porque me amaba.
Salmo 17 II
Entonces tembló y retembló la tierra,
vacilaron los cimientos de los montes,
sacudidos por su cólera;
de su rostro se alzaba una humareda,
de su boca un fuego voraz,
y lanzaba carbones ardiendo.
Inclinó el cielo y bajó
con nubarrones debajo de sus pies;
volaba sobre un querubín
cerniéndose sobre las alas del viento,
envuelto en un manto de oscuridad:
como un toldo, lo rodeaban
oscuro aguacero y nubes espesas;
al fulgor de su presencia, las nubes
se deshicieron en granizo y centellas;
y el Señor tronaba desde el cielo,
el Altísimo hacía oír su voz:
disparando sus saetas, los dispersaba,
y sus contínuos relámpagos los enloquecían.
El fondo del mar apareció,
y se vieron los cimientos del orbe,
cuando tú, Señor, lanzaste el fragor de tu voz,
al soplo de tu ira.
Desde el cielo alargó la mano y me sostuvo,
me sacó de las aguas caudalosas,
me libró de un enemigo poderoso,
de adversarios más fuertes que yo.
Me acosaban el día funesto,
pero el Señor fue mi apoyo:
me sacó a un lugar espacioso,
me libró porque me amaba.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. El Señor me libró porque me amaba.
Ant 3. Señor, tú eres mi lámpara, tú alumbras mis tinieblas.
Salmo 17 III
El Señor retribuyó mi justicia,
retribuyó la pureza de mis manos,
porque seguí los caminos del Señor
y no me rebelé contra mi Dios;
porque tuve presentes sus mandamientos
y no me aparté de sus preceptos;
Le fui enteramente fiel,
guardándome de toda culpa;
el Señor retribuyó mi justicia,
la pureza de mis manos en su presencia.
Con el fiel, tú eres fiel;
con el íntegro, tú eres íntegro;
con el sincero, tú eres sincero;
con el astuto, tú eres sagaz.
Tú salvas al pueblo afligido
y humillas los ojos soberbios.
Señor, tú eres mi lámpara;
Dios mío, tú alumbras mis tinieblas.
Fiado en ti, me meto en la refriega;
fiado en mi Dios, asalto la muralla.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Señor, tú eres mi lámpara, tú alumbras mis tinieblas.
V. Todos quedaban maravillados.
R. De las palabras que salían de la boca de Dios.
PRIMERA LECTURA
Comienza la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1, 1-20
MISIÓN DE TIMOTEO. PABLO PREDICADOR DEL EVANGELIO
Pablo, apóstol de Jesucristo por mandato de Dios, nuestro Salvador, y de Cristo Jesús, nuestra esperanza, a Timoteo, mi verdadero hijo en la fe: gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, nuestro Señor.
Al partir para Macedonia, te rogué que te quedaras en tu puesto en Éfeso, para intimar a algunos a que no sigan enseñando doctrinas extrañas ni se ocupen de leyendas y genealogías inacabables. Son éstas más a propósito para promover inútiles discusiones que para llevar a cabo el plan divino de salvación por la fe. El objetivo de tu exhortación no debe ser otro que promover la caridad que proviene de un corazón sincero, de una conciencia recta y de una fe sin fingimiento. Algunos se han desviado de esta enseñanza y han venido a dar en vana palabrería; pretenden ser doctores de la ley, cuando no entienden ni lo que dicen ni lo que con tanta seguridad afirman.
Ya sabemos que la ley es buena para quien usa de ella conforme al fin que tiene. Es decir, sabiendo que no fue instituida para los justos, sino para los prevaricadores y rebeldes, para impíos y pecadores, para gente sin religión y sin piedad, para parricidas y matricidas, para asesinos, adúlteros, sodomitas, traficantes de seres humanos, embusteros, perjuros y para todos los que se oponen a la sana doctrina. Esta sana doctrina es conforme al mensaje evangélico de salvación, cuyo objeto es la gloria del Dios bienaventurado, y que ha sido encomendado a mi solicitud.
Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio. Yo primero fui blasfemo y perseguidor, e inferí ultrajes; pero fui acogido con toda misericordia, porque obré por ignorancia en el tiempo de mi incredulidad. ¡Y en verdad que sobreabundó en mí la gracia de nuestro Señor, juntamente con la fe y la caridad de Cristo Jesús!
Sentencia verdadera y digna de universal adhesión es ésta: Cristo Jesús vino al mundo para salvar, a los pecadores. Y de entre ellos yo soy el primero. Y si Dios me concedió su misericordia, fue para que Cristo Jesús manifestase primeramente en mí toda su benignidad y sirviese de ejemplo a quienes habían de creer en él para conseguir la vida eterna. Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Ésta es la recomendación que yo te hago, hijo mío Timoteo, atendiendo a las revelaciones carismáticas hechas anteriormente sobre tu persona. Armado con ellas podrás combatir en buena lid, teniendo a tu favor la fe y la recta conciencia. Algunos, por haber obrado en contra de ésta, naufragaron en la fe. Entre ellos se encuentran Himeneo y Alejandro, a quienes he entregado al poder de Satanás, para que aprendan a no blasfemar.
RESPONSORIO 1Tm 1, 14. 15; Rm 3, 23
R. Sobreabundó la gracia de nuestro Señor, juntamente con la fe y la caridad. * Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.
V. Pues todos pecaron y se hallan privados de la gloria de Dios.
R. Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.
SEGUNDA LECTURA
De las Confesiones de san Agustín, obispo
(Libro 9, 10, 23--11, 28: CSEL 33, 215-219)
ALCANCEMOS LA SABIDURÍA ETERNA
Cuando ya se acercaba el día de su muerte -día por ti conocido, y que nosotros ignorábamos-, sucedió, por tus ocultos designios, como lo creo firmemente, que nos encontramos ella y yo solos, apoyados en una ventana que daba al jardín interior de la casa donde nos hospedábamos, allí en Ostia Tiberina, donde, apartados de la multitud, nos rehacíamos de la fatiga del largo viaje, próximos a embarcarnos. Hablábamos, pues, los dos solos, muy dulcemente y, olvidando lo que queda atrás y lanzándonos hacia lo que veíamos por delante, nos preguntábamos ante la verdad presente, que eres tú, cómo sería la vida eterna de los santos, aquella que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre. Y abríamos la boca de nuestro corazón, ávidos de las corrientes de tu fuente, la fuente de vida que hay en ti.
Tales cosas decía yo, aunque no de este modo ni con estas mismas palabras; sin embargo, tú sabes, Señor, que, cuando hablábamos aquel día de estas cosas, y mientras hablábamos íbamos encontrando despreciable este mundo con todos sus placeres, ella dijo:
«Hijo, por lo que a mí respecta, ya nada me deleita en esta vida. Qué es lo que hago aquí y por qué estoy aún aquí, lo ignoro, pues no espero ya nada de este mundo. Una sola cosa me hacía desear que mi vida se prolongara por un tiempo: el deseo de verte cristiano católico, antes de morir. Dios me lo ha concedido con creces, ya que te veo convertido en uno de sus siervos, habiendo renunciado a la felicidad terrena. ¿Qué hago ya en este mundo?».
No recuerdo muy bien lo que le respondí, pero al cabo de cinco días o poco más cayó en cama con fiebre. Y, estando así enferma, un día sufrió un colapso y perdió el sentido por un tiempo. Nosotros acudimos corriendo, mas pronto recobró el conocimiento, nos miró, a mí y a mi hermano allí presentes, y nos dijo en tono de interrogación:
«¿Dónde estaba?»
Después, viendo que estábamos aturdidos por la tristeza, nos dijo:
«Enterrad aquí a vuestra madre».
Yo callaba y contenía mis lágrimas. Mi hermano dijo algo referente a que él hubiera deseado que fuera enterrada en su patria y no en país lejano. Ella lo oyó y, con cara angustiada, lo reprendió con la mirada por pensar así, y, mirándome a mí, dijo:
«Mira lo que dice».
Luego, dirigiéndose a ambos, añadió:
«Sepultad este cuerpo en cualquier lugar: esto no os ha de preocupar en absoluto; lo único que os pido es que os acordéis de mí ante el altar del Señor, en cualquier lugar donde estéis».
Habiendo manifestado, con las palabras que pudo, este pensamiento suyo, guardó silencio, e iba luchando con la enfermedad que se agravaba.
RESPONSORIO 1Co 7, 29. 30. 31; 2, 12
R. El momento es apremiante, Queda como solución: que los que están alegres vivan como si no lo estuvieran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: * Porque la presentación de este mundo se termina.
V. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo.
R. Porque la presentación de este mundo se termina.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios de bondad, consolador de los que lloran, tú que, lleno de compasión, acogiste las lágrimas que santa Mónica derramaba pidiendo la conversión de su hijo Agustín, concédenos, por la intercesión de ambos, el arrepentimiento sincero de nuestros pecados y la gracia de tu perdón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
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